Walcyr Carrasco sabe escribir novela. Por lo menos sabe llamar la atención. El estreno de ¡Qué vida buena! (qué horrible título), rompió el récord de presentación más breve de un relato: ¡en dos minutos, condensó lo que a El derecho de nacer original le llevó veinte episodios!
Nunca un preámbulo ha sido tan sintético y efectivo. Sólo en CSI, cuyos teasers, a mi criterio, son los más fulminantes y precisos de la industria.
Obvio, ante tanto ensayo, ya era hora de alcanzar ese poder de síntesis. La historia del bebé abandonado en un río se viene contando desde que Moisés sufrió idéntico destino. Lo he dicho en varios comentarios.
En diálogos telegráficos, sin muchas sutileza, como le son típicos, Carrasco acomoda en el primer bloque la infancia de Candinho, que aunque empezó con el pie izquierdo, tocó las puertas de la suerte al ser encontrado por Eponina (Rosi Campos), Quinzinho (Ary Fontoura) y Cunegunda (Elizabeth Savalla), la única que le hace el feo, porque los demás lo adoptan como si fuera suyo, a pesar que con el tiempo y la remisión de la ansiedad, tuvieron sus propios hijos.
Una secuencia que mezcla tomas de la época con escenas de ficción, hace el tránsito ente el hoy y el ayer y ante nosotros está Serguio Guizé, el Candinho actual y la apertura juguetona en la que se destaca el nombre de Jorge Fernando (viejo compañero de aventuras del autor).
No pasa mucho y, amén de la damita joven (Filó - Déborah Nascimento), Carrasco nos regala uno de sus ingredientes favoritos: el animalito confidente y el chiquero en el que habrán de caerse muchos.
Como toda criatura de tío Walcyr, Candinho conversa con los bestias. Y como quien no quiere caldo, recibe tres tazas, hay un gallo, un puerco y un burro, que servirá de compañero y símbolo de este héroe, inspirado - expresamente - en el Cándido y el optimismo de Voltaire.
Festival de clichés, que no permite siquiera algún que otro giro original en la reseña, se recicla el motivo de la chica que se casa con el viejo para abonar una deuda. No sé qué lugar ocupará en los ranking de la telenovela, pero está muy bien situado.
Como ya hizo Julio Jiménez en Las aguas mansas (y vaya Ud. a saber cuántos escritores más) se le hace un homenaje a la abuela del género: la radionovela, que habrá de acompañar la trama con apuntes paralelos y recalcará los sentimientos y emociones de los personajes.
Rápidamente, nos roba la simpatía con una pareja medio estrafalaria: Pancracio (Marco Nanini) y la mentada Eponina que sienten una simpatía mutua, limpia y tímida.
Carrasco opera bien con la anticipación. En medio del segundo bloque, ya anunció que Candinho no sabía servir la mesa. Y, como es de suponer, para el cierre se producirá el primer tortazo, con intriga de por medio (porque el culebrón sin un villano, aunque sea de emergencia, es como un entierro sin difunto).
También sembrado en los minutos que siguen a la primera pausa comercial el romance de Candinho y Filó da flores. Entonces se produce el beso.
Y, nuevamente, Carrasco, consigue embalar la situación: Candinho tiene que abandonar el lugar donde creció, compelido por los ímpetus de Cunegunda.
Pero la cosa no para ahí: inspirado por el mentor, personaje clave en estas narrativas, Candinho descubre que su madre, la dueña del medallón que lo acompañó como marca distintiva, es la hija de un barón y que vive en São Paulo.
Entonces la encontraré y me casaré con Filomena, anuncia el héroe, al que Pancracio le afirma: recuerda que pase lo que pase ¡esta vida es buena! (en portugués: êta mundo bom!). El reto está planteado.
Mejor que ese, sólo el estreno de Alma gemela, que con idéntica concisión y capacidad de atrapar nos hizo acompañar la historia de Serena y Rafael hasta el capítulo final.
Algo semejante pasó en Brasil con esta historia que la Globo lanzó a principios de este año, pero no ha tenido la difusión que su éxito auguraba. Así ha pasado con las tramas de época de Walcyr.
Con meta de 20 puntos, Êta mundo bom! fue un fenómeno de audiencia con 27 puntos de promedio.
Hazaña total en una época que los números se nivelaron como nunca y una novela de las seis, como es el caso, es capaz de llegar muy cerca de una estelar, que no rebasa los 25.
La música sertajena, que vive incrustada en el imaginario del Brasil profundo y citadino, acompaña con exactitud literaria cada escena, remitiendo a las emociones puras de la vida y los amores campestres.
Detalle curioso, en los créditos de despedida, por primera vez, al menos para mí, constan los actores que participaron en el capítulo. La versión internacional quedó en 170 de los 190 originales.
Antón Vélez
Bichkov ©
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