Mujeres apasionadas (2003) ya venía con la fama de Lazos de familia (2001). Ambas escritas por Manoel Carlos consagraron el estilo pseudos-realista y poco movido que él había ensayado antes en Historia de amor (1995) y Por amor (1997), mucho más ancladas en las estructuras clásicas.
No valen por su esencia, sino por lo que las adorna. Y en el extra, es que se montan los pasajeros ‘pasajeros’ de este tren que se llama telenovela…
¿Son las peores...? (I)
Aquí, el jeque de Leblon se superó con creces. Además de hilvanar una historia confusa, sin eje, ni rumbo, se dio el lujo de abusar de nuestra paciencia, con un presunto retrato de la realidad (de los ricos y famosos).
Como en las historias anteriores, cargó la mano en la polémica y el elemento social, casi periodístico. Pero se olvidó de escribir la novela… Capítulos enteros desperdiciados en conversaciones artificiosas, diluyendo en sacarina temas que podrían ser interesantes si fueran tratados de otro modo.
Lesbianismo, violencia doméstica, prejuicio social y contra los ancianos, celibato católico, alcoholismo, diferencias de edad en las relaciones, celos enfermizos, violencia urbana y cáncer, se vuelven nada en la pluma de Maneco que baratea cualquier asunto. Filosofía de supermercado al alcance de una masa predominantemente conservadora jugando al progresismo.
Y para variar: tedio y más tedio, durante decenas de horas.
Señora del destino (2004) fue una novela media, con buenos personajes y algunas situaciones interesantes. A diferencia de los autores previos, Aguinaldo Silva, cambió de estilo y procuró mantener el interés todo el tiempo. Sin embargo, para el ser el mayor éxito de la historia (en términos de público, no en términos de puntos), fue una trama tibia, sin el fuego de una gran telenovela.
Empieza con el clásico robo del bebé (repetido desde Moisés en la Biblia y magnificado, sin duda, en el campo del melodrama, por El derecho de nacer, de Félix B. Caignet). Y antes de entrar en ‘materia’ demora bastante, visto el caso que Nazaré (Renata Sorrah), la gran villana, sólo reaparece en el capítulo 20 y tanto.
Casualidad o no, aquí vemos nuevamente a Adriana Esteves, interpretándola en la primera etapa (reparen que todas estas historias tienen dos fases: una más corta de introducción, y la básica).
De nuevo política. De nuevo críticas veladas o explícitas. Elementos populares (o populacheros). El foco en la familia. La comida. Las relaciones comunitarias. La masa ‘reflejada como ella es’ (o al menos quisiera). Los capítulos de moderados a intensos (aunque nunca como un Gilberto Braga en sus buenos días).
El tema ‘homo’, reflejado en su lado femenino (el único que los hombres toleran, pues los excita). Una madraza que lucha por el bienestar de sus hijos y por recuperar a su Lindalva querida. El suburbio como foco (no fue Avenida… la primera).
Su éxito es menos mediático que el de Mujeres… pero tampoco se justifica el superlativo ‘La mayor’. Señora… despegó con grandes ratings. Y los mantuvo. Lo cual es inusual. Sólo América (2005), de Glória Perez, perdía en términos de audiencia: 49 puntos de promedio. Tampoco muy justificados, dicho sea de paso.
Muy diestra en el lenguaje novelero, pero poco organizada para expresarlo, la Pérez sembró miles de temáticas y núcleos regados por el mundo que alternaba de forma caótica (igual que luego pasaría en India, una historia de amor). Pero eso no alejó al público que toleró todas sus audacias temáticas.
Pena que en el mundo no haya un soporte publicitario para sustentar un éxito artificial, como a menudo sucede en Brasil. América pasó sin pena ni ‘gloria’ en la mayoría de los mercados e incluso fue levantada en algunos.
Páginas de la vida (2006), de Manoel Carlos, ya experimentó el cansancio del público. Después de un altísimo Ibope en sus primeros capítulos, la historia de la niña con Down demostró todas sus flaquezas.
El mismo mundo edulcorado. Las mismas polémicas estériles con toque color de rosa. Sólo Santa Rita, abogada de los imposibles y personaje reiterado, era capaz de mantener a flote este barco lleno de personajes, pero sin rumbo. Eso no le restó credibilidad frente a un público que aún hoy la recuerda con cariño y lo que es peor ¡como una gran telenovela!
Siguió una era de bajos números (por reajuste del Ibope). Y en ella, cualquier novela que pase de los 35 puntos se considera exitosa. Qué decir entonces Fina estampa (2011) y Avenida Brasil (2012) qué sorpresivamente remontaron las cifras esperadas y coparon la atención de los espectadores.
El éxito de la primera se comprende. Pero de la segunda no. Aguinaldo retoma el clásico arquetipo de la mujer batalladora (Raquel – Vale todo, Maria do Carmo – Señora del destino) y los desvelos para mantener unida y a salvo la familia. Menos exaltada por la crítica que su sucesora, Fina… fue solar y positiva, lo cual ayuda mucho a la identificación.
Sin embargo, Avenida… bebiendo en el clásico argumento de venganza (como vimos en un trabajo al efecto, pincha en el link) y ¡claro! del niño secuestrado y abandonado que regresa para recuperar lo suyo, se regodeó en una historia negativa de arriba abajo, oscura en términos visuales y con un desarrollo pobre (a pesar de los golpes de efecto).
Y es justamente lo que más llama la atención que la historia – casi un plagio de Revenge, hecha por la ABC – que no haya ni un solo momento para la esperanza que siempre fue el plato fuerte del folletín. Ante la decepción de la vida cotidiana, la telenovela latina siempre brindó ilusión como consuelo. Pero en esta todo es maldad.
¿Qué conclusiones nos queda sacar después de analizar, someramente, todas estas historias?
Que el éxito se lo dieron justamente aquellos que no gustan de las telenovelas, pues la mayoría, a pesar de sus raíces folletinescas, violaron los más sagrados postulados de las mismas.
Contingentes emergentes que se sumaron al público cotidiano, ese que en los tiempos ‘normales’ daba los 40-42 puntos de base (hoy 30-35) y que aumentaron, artificialmente, sus indicadores hasta ponerlos por las nubes.
En cada uno, el suyo. Los cibernéticos, los campesinos, los suburbanos, los patriotas, los socialistas, los ecologistas, los gays y un largo, pero largo etcétera. Pero todos con la pretensión de que estaba viendo ‘algo diferente’, digno, por tanto, de ver (diferente de esos culebrones ‘insulsos’ que ‘sólo pretenden entretener’).
Basta sólo revisar los comentarios de la época para darse cuenta de que las novelas rechazadas o de mediana repercusión eran tachadas como convencionales, repetitivas e incluso ¡malignas! (como muchas veces se dijo de Paraíso tropical, Passione o Insensato corazón).
Nadie vio los excesos de perversidad de las historias de João Emanoel Carneiro que es, de todos, el autor que más taras refleja en sus personajes los cuales hace, con todo propósito, retorcidos y poco atractivos (véase también La Favorita, otra exaltada a la categoría de las grandes).
Ni se reparó en los clichés que de tan reiterados llegan a ser ofensivos a la inteligencia humana.
¿Son las peores...? (I)